Aula 501: Cuento breve sobre un sueño


Sueños:

- Todas las semanas asisto a una clase de escritura, y un día al ir a la clase, descubro que hace un tiempo hubo un accidente y fallecieron todos los alumnos y la profesora. Ahí descubro que morí y que sigo yendo a la clase estando muerto, como un fantasma. 

- Al despertar veo que desaparecieron casi todas las cosas de mi casa, pero no hay pistas de como ocurrió. Tengo desesperación, incertidumbre y miedo.  

Cuento breve de un sueño:


Aula 501

Eran ya cinco meses desde que todos los martes los comenzaba asistiendo a una de mis clases favoritas: la de Escritura novelística. Era un espacio que me permitía avanzar en la novela que hacía años venía arrastrando y prometiéndome terminar. La profesora a cargo, Carolina Castillo, era una gran inspiración para mí. Me alentaba a no darme por vencido y a continuar con mi camino en la escritura, que en muchas ocasiones pensé en abandonar. Muchos de mis compañeros atravesaban las mismas frustraciones que yo, por lo que formar parte de este espacio era muy reconfortante.

Un martes del mes de julio, mientras comenzaba a subir las escaleras del segundo piso, me percaté de unos carteles en la entrada del tercer piso. Al llegar, me encontré frente a frente con los carteles que veía a la distancia. Estos, escritos con letras y colores llamativos, pedían justicia por los fallecidos en un accidente de mantenimiento que ocurrió allí. Parado en las escaleras, pensando hacia dónde dirigirme, escuché un llamado de atención de alguien a lo lejos.

—¡Pibe, salí de ahí! ¿No ves que está clausurado el piso? —me dice un encargado de mantenimiento.

—Disculpa —le digo—, estoy yendo a la clase de Escritura novelística, la que se da en el aula 501.

 El de mantenimiento, con un tono de voz confundido, me dice: —Pero esa clase no se da hace un tiempo, no desde que se derrumbó el techo de ese aula. El de la 501. 

—¿Cómo? —le pregunto, totalmente desconcertado por lo que escuché—. Estoy yendo a la clase que da Carolina Castillo, la de los martes a las 9 de la mañana. Vengo todas las semanas.

El de mantenimiento, con un nudo en la garganta y con el rostro blanco como si hubiese visto un fantasma, me dice:

—Carolina falleció en el accidente, como el resto de su clase. Te habrás equivocado, es imposible que estuvieses yendo ahí.

En ese instante, mi mundo se detuvo y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Me deben estar haciendo una broma, pensé. Yo sé que no estoy loco, yo sé adónde es que voy todas las semanas, y es en ese aula. Esto no tiene ningún sentido. Pero por la seriedad con la que me lo dijo, sentía en el fondo que realmente no me mentía. Estaba helado y perplejo en las escaleras, cuando sentí una suave palmada en la espalda. Di media vuelta y la vi. Era Carolina. En ese momento, un sentimiento tanto de alivio como de preocupación me recorrió todo el cuerpo.

—No entiendo, Caro… ¿Qué pasó? ¿Cómo estás acá?

Carolina, con una mirada dulce, me respondió:

—Sé que no tiene sentido y que es difícil de procesar. A todos nos costó en un principio. Pero tenemos la suerte divina de que cada martes podemos seguir juntándonos a escribir, a pesar de lo que nos pasó. Ya vamos a charlar bien sobre esto, pero primero, vayamos al aula, que aún te queda una novela por terminar.

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