Autobiografia:

Me llamo Iñaki Barrondo. Por muchos años, Iñaki fue un nombre que padecí hasta el cansancio. Tolerar burlas y chistes sobre mi nombre se había vuelto rutina en mi vida escolar. Le tenía un pequeño resentimiento a mis padres por elegir ese nombre. ¿Por qué a mi hermano más chico le habían puesto un nombre común y corriente como Joaquín, y a mí uno extraño y llamativo? Muchas veces anhelaba, cuando fuera mayor, poder cambiar mi nombre por uno “normal”, que pasara desapercibido y no llamara la atención. Con los años, aprendí a llevarlo y a aceptarlo. Así como con mi nombre, tuve muchas otras cosas que sobrellevar, como por ejemplo, ser rubio. Sé que se van a reír y creer que es algo absurdo lo que digo, pero quería ser castaño. Llevar el apodo de Draco Malfoy por mi cabello lacio y rubio era algo que, sumado a las burlas por mi nombre, ya no podía soportar. Qué gracioso que, años después, teniendo el pelo castaño como tanto le pedí a Dios, al universo y a lo que sea que nos rodea en el más allá, extrañara ser rubio. Parece ser que las cosas que más reniego y padezco son las que más tarde extraño. Y que cuanto más quiero algo, menos lo puedo tener.

Crecí en Banfield, en la zona sur de la provincia de Buenos Aires. Vivo con mis padres, Graciela y Félix, y mis dos hermanos: Ludmila, la mayor, y Joaquín, el más chico. Como casi toda persona que es hijo del medio, pasé mi infancia un poco padeciendo ese lugar. No tenía las libertades del mayor, ni era consentido como el menor.

Si tuviese que describirme, no sabría ni cómo empezar. Soy tantas cosas y, a la vez, siento que no soy nada. Siento que no logré mucho, pero después miro para atrás y veo un gran camino recorrido.  En el colegio era muy aplicado y estudioso. Desde chico me gustaba mucho expresarme y hablar, por lo que clases como las de Literatura y Comunicación eran mis favoritas; en estos espacios podía expresarme, escribir, debatir y discutir sobre una pluralidad de ideas, y donde sentía que prosperaba y crecía con cada clase que pasaba. Esa es una de las razones por las que la carrera de Comunicación siempre me había interesado. Aun sin tener mucha información al respecto, me parecía un buen camino a seguir considerando que la expresión y la escritura, dos aspectos importantes de la comunicación, eran de mi interés. 

Desde muy chico disfruté mucho de escuchar música. Si tuviese que elegir cinco cosas con las que no podría vivir sin, la música sería una de ellas. Me es muy raro salir de mi casa sin auriculares; escuchar música me transporta a otra dimensión y me permite escaparme de mi vida real y protagonizar una película producto de mi imaginación, aunque sea por el lapso que dure la canción. La música no es el único medio por el que puedo escapar, también lo consigo hacer a través de la lectura. Honestamente, no era un gran lector de chico. Cada tanto leía alguna que otra novela, pero nunca lograba convertirlo en un hábito. Como para la gran mayoría de chicos en mi colegio, leer me resultaba algo aburrido, que sentía como un peso, una obligación. No fue hasta hace cinco años que, un día de febrero, tomé una novela prestada de mi hermana y me senté a leer. Fue la primera vez que me sumergí en un libro de tal manera que fue como hallarme en un mundo nuevo, que estaba escondido y que me llamaba para explorar. Al terminarlo, quedé con sed de más. Comencé a leer otros libros que había en mi casa y, a su vez, a comprar libros propios. Empecé a pasar todas mis tardes libres leyendo, sin levantarme del sillón por horas que parecían minutos. Esta pasión por la lectura fue otra de las razones por las que elegí seguir la carrera de Comunicación y por las que me interesé por el Taller de escritura. 


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